
Un fantasma recorre la ortografía, las conversaciones y las mesas de redacción de todo el mundo. El fantasma de lo políticamente correcto. Hablo de los términos cuya grafía ha sido cambiada a propuesta de nacionalidades, ciudades e instituciones que se sienten afectadas y ofendidas por la manera en que las escribimos nuestro idioma. China adoptó hace varios años la regla “Pin Yin” y su ejemplo ha cundido por el orbe. De pronto Pekín comenzó a llamarse Beijing y Mao Tse Tung se convirtió en Mao Zedong.
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En las redacciones de los periódicos de ahora, la corrección (ortográfica o de estilo) importa ya muy poco. Los espacios donde se da el trabajo cotidiano, llenos de egresados de la academia especializada, le insinúan al mundo que ya no hay nada qué temer, todo está bajo control, no existe posibilidad de error o gazapo en los textos. La realidad es otra. Hay casos, y muchos, que están para dar pena. Ni modo, es el modelo educativo, sentencian juiciosos y de prisa antes de cambiar de tema los que llegan a comentarlo. Y la vida sigue...sin correctores.
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